Derrumbando la Casa Rosada también es el
título del “primer disco de punk argentino”, editado a mediados de 1983; Alerta
Roja primerió así a Los Violadores, que sacó su homónimo debut seis
meses después. Las historias sobre estas dos bandas forman parte de los “mitos
y leyendas de los primeros punks en la Argentina 1978-1988”, tal el
subtítulo del libro que hace foco en algunos de los grupos surgidos en la
ciudad de Buenos Aires y alrededores.” El resultado es un rompecabezas
incompleto, ya que le faltan varias piezas, pese a la prédica de los editores,
quienes en la introducción –luego de decir que este quizá no sea “el libro del
punk argentino” y que el material reunido es “más exploratorio e inquisidor que
dogmático”– concluyen que es “la historia definitiva de los primeros diez años
del punk en la Argentina”.
Una carta perdida en el correo de lectores de la
revista Pelo.
Unas vacaciones familiares por Europa en el momento
justo. Una tía azafata y con buena onda...
El anecdotario fundacional del punk en la Argentina se
va apilando sobre
pequeñas casualidades, circunstancias extrarrockeras,
accidentes
domésticos que derivan en un imprevisto acceso a
información e inspiración. No fue muy diferente, al fin y al cabo, en otros
lugares. Como se cita en un capítulo de este mismo libro, uno de los primeros
segmentos en 24 Hour Party People película de Michael Winterbottom sobre la
escena musical de Manchester, detalla hasta qué punto el show de los Sex
Pistols del 4 de junio de 1976 fue determinante para esa ciudad británica.
Aunque aquella noche en el Lesser Free Trade Hall hubo apenas 42
espectadores, un llamativo número de ellos, movilizado por el espectáculo,
terminaría en “algo”: desde los fans-organizadores, Howard Devoto y Pete
Shelley (Buzzcocks), hasta tres amigos sentados en la última fila (la base instrumental
de lo que sería Joy Division y New Order).
La
construcción del mito puede parecerse, pero Buenos Aires a fines de los setenta
tenía poco en común con Manchester o Londres. Por empezar, la situación
política.
Si cuando se les “prohibió” actuar en suelo inglés,
como cuenta la leyenda, los Sex Pistols terminaron tocando alegremente y para
las cámaras en un barco por el Támesis, hay que recordar que las persecuciones
y las censuras en la Argentina eran sensiblemente más drásticas y
terroríficamente más efectivas.
No, Internet no existía entonces y ni siquiera había
teléfono en todas las casas. Pero faltaba también algo bastante más básico:
libertad. Entonces, que aparecieran punks en la Argentina entre 1977 y 1982 es
una curiosidad cultural no solo por la limitada información propia de la época
sino, lisa y llanamente, por las limitaciones para circular por las calles
porteñas con los jeans rotos en las rodillas, el saco reconstruido con
alfileres de gancho y el pelo en clara disidencia con cualquier línea estética
aceptable (vaya a saber, quizás una esvástica a lo Sid Vicious, escandalosa en
Londres, no sería tan mal vista acá por las fuerzas del orden).
Curiosidad, casualidad o milagro, lo cierto es que sí
hubo unos pocos punks en la Argentina con un corto delay respecto de sus
modelos británicos y norteamericanos.
Desde hace tiempo circulan rumores acerca de distintos
proyectos para salir con El libro del punk en el país. Sin embargo, hasta ahora
ninguno se había concretado. La breve biblioteca punk argentina incluye solo un
puñado de títulos sobre aspectos parciales, como la completa biografía de Los
Violadores escrita por Esteban Cavanna.
Derrumbando
la Casa Rosada (título tomado del legendario disco de los no menos legendarios
Alerta Roja) quizás tampoco sea El libro del punk argentino, pero hace su
intento para cubrir el bache. Eso sí, se concentra en un primer período de la
historia local de este género de varias cabezas: desde su tímido inicio
alrededor de 1978 hasta el definitorio concierto de presentación del compilado
Invasión 88 en Cemento, algo así como el fin de una era, según se argumentará
oportunamente.
En busca de un tono ciertamente documental, se enfocó
la mayor parte de estos nueve capítulos en recitales puntuales que, a la vez,
funcionaran como ventanas a pequeños mundos privados. Así, el caótico show de
Los Violadores en la Universidad de Belgrano el 17 de julio de 1981 sirve para
contar quiénes formaron el grupo punk argentino con mayor suceso comercial. Y
el violento 21 de diciembre de 1986 es la excusa perfecta para contar el
Parakultural, la aparición de Massacre Palestina y esa rareza salida de la
Asociación Cristiana de Jóvenes llamada Morgue Judicial.
La multiplicidad de autores pareció otra estrategia
oportuna para pintar una época.
En especial, la combinación de dos puntos de vista: el
del cronista que investiga y reconstruye con el del protagonista directo de
muchos de estos acontecimientos.
Por eso es que, entre relatos más o menos ortodoxos
periodísticamente, aparecen firmas como las de Marcelo Pocavida (Los Baraja,
Cadáveres), Patricia Pietrafesa (Sentimiento Incontrolable, Cadáveres de Niños,
fanzine
Resistencia, la Cooperativa y más) y el testimonio de
Sergito Anticristo (Comando Suicida).
Desde una u otra perspectiva, no son estas las
historias de sexo, drogas, rocanrol y glamour a las que nos acostumbró el
periodismo de rock. Casi lo contrario: Derrumbando..., y por lo tanto la
primera década de punk en la Argentina, incluye una colección de desencuentros,
fracasos, peleas, frustraciones, pérdidas y malos entendidos varios.
Ojo, tampoco es que este libro sea solo un catálogo de
perdedores hermosos. Sus personajes no se definen solo por lo que nunca les
saldrá bien, sino, más aún, por una convicción, una militancia underground que
hoy parece excéntrica. Es algo casi vocacional. Sin pretensión de hacer
sociología en zapatillas All Stars,
Derrumbando...intenta sí explicar de dónde surgían
estos pioneros o por lo menos early adopters. Casi todos los Sex Pistols, los
Damned, los Clash o la mayoría de los iconoclastas precursores de Nueva York y
Los Ángeles crecieron en hogares de clase trabajadora. En cambio, y solo por
poner un par de ejemplos, el guitarrista original de Los Violadores, Hari B, se
cruzó con las primeras crestas durante un viaje familiar a Europa, mientras que
Pablo
Esau (baterista de Los Laxantes), Trixy (cantante de Trixy y Los Maniáticos) y
Stuka (Los Violadores) eran hijos de empresarios. Aunque tampoco hay que perder
de vista que entre los primeros punks también había otros, como Sergio
Gramática (cofundador de Los Testículos, la banda previa a Los Violadores; su
padre era obrero de una fábrica) o Sergito Anticristo (hijo de un colectivero
de la línea 65).
Un último punto necesario para entender los orígenes
del punk en la Argentina es el fenómeno de la “plata dulce”. El ministro de
Economía de la dictadura José Alfredo Martínez de Hoz implementó durante su
oscura gestión un sistema de devaluación programada y gradual, conocido como “la
tablita”, que convivió con un espectacular retraso cambiario en el país. El
mecanismo termino estallando a principio de 1981, cuando el entonces sucesor de
Martínez de Hoz, Lorenzo Sigaut, anuncio por televisión: “El que apuesta al
dólar pierde”. A pocos días se produjo una violenta devaluación.
Entre Diciembre de 1978 y Febrero de 1981, igualmente,
el dólar barato y la bicicleta financiera permitieron que por primera vez en su
vida cientos de miles de argentinos pudieran irse de vacaciones al exterior. Y
en aquellas excursiones a las playas brasileñas, junto con las remeras Hering y
las cajas de Garotos, en algunos casos se colaron los vinilos de los Ramones,
The Jams o Siouxsie & the Banshees, que por entonces se vendían en las
disquerías de San Pablo y Rio de Janeiro, pero no en Bs. As.
Así, con cuentagotas, por casualidad o por milagro,
esos discos casi contrabandeados aterrizaban en el país y sumaban adeptos a la
causa. Y docenas o cientos de copias en casete, cada vez con menos fidelidad y más
ruido, menos datos y más confusión, ampliarían aun más el número de víctimas…
Esos y tantos otros accidentes domésticos son el rico
material que compone este libro, mas exploratorio e inquisidor que dogmatico.
La historia definitiva de los primeros diez años del punk en la Argentina. El
expediente final para dictaminar si es cierto o no aquello de que el que
apuesta al punk pierde.
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