22 sept 2014

Del mitico recital de Los Violadores en Julio de 1981 en la Universidad de Belgrano a la presentación del disco Invasion 88 en Cemento, retrocediendo hasta agitadas noches en antros como Le Chevalet y el Parakultural e insolitas intromisiones televisivas junto a Moria Casan y Nancy Anka, “Derrumbando la Casa Rosada, mitos y leyendas de los primeros Punks en la Argentina”, se sumerge en el underground del underground de los 80s para rastrear vida y obra de un ouñado de pioneros detrás de nombres como, ente muchos otros, Alerta Roja, Los Testiculos, Los Barajas, Los Laxantes, Antiheroes, Comando Suicida, Secuestro, Massacre Palestina, Cadaveres de Niños y Sentimiento Incontrolable.

Derrumbando la Casa Rosada también es el título del “primer disco de punk argentino”, editado a mediados de 1983; Alerta Roja primerió así a Los Violadores, que sacó su homónimo debut seis meses después. Las historias sobre estas dos bandas forman parte de los “mitos y leyendas de los primeros punks en la Argentina 1978-1988”, tal el subtítulo del libro que hace foco en algunos de los grupos surgidos en la ciudad de Buenos Aires y alrededores.” El resultado es un rompecabezas incompleto, ya que le faltan varias piezas, pese a la prédica de los editores, quienes en la introducción –luego de decir que este quizá no sea “el libro del punk argentino” y que el material reunido es “más exploratorio e inquisidor que dogmático”– concluyen que es “la historia definitiva de los primeros diez años del punk en la Argentina”.
Una carta perdida en el correo de lectores de la revista Pelo.
Unas vacaciones familiares por Europa en el momento justo. Una tía azafata y con buena onda...
El anecdotario fundacional del punk en la Argentina se va apilando sobre
pequeñas casualidades, circunstancias extrarrockeras, accidentes
domésticos que derivan en un imprevisto acceso a información e inspiración. No fue muy diferente, al fin y al cabo, en otros lugares. Como se cita en un capítulo de este mismo libro, uno de los primeros segmentos en 24 Hour Party People película de Michael Winterbottom sobre la escena musical de Manchester, detalla hasta qué punto el show de los Sex Pistols del 4 de junio de 1976 fue determinante para esa ciudad británica. Aunque aquella noche en el Lesser Free Trade Hall hubo apenas 42 espectadores, un llamativo número de ellos, movilizado por el espectáculo, terminaría en “algo”: desde los fans-organizadores, Howard Devoto y Pete Shelley (Buzzcocks), hasta tres amigos sentados en la última fila (la base instrumental de lo que sería Joy Division y New Order).
La construcción del mito puede parecerse, pero Buenos Aires a fines de los setenta tenía poco en común con Manchester o Londres. Por empezar, la situación política. 

Si cuando se les “prohibió” actuar en suelo inglés, como cuenta la leyenda, los Sex Pistols terminaron tocando alegremente y para las cámaras en un barco por el Támesis, hay que recordar que las persecuciones y las censuras en la Argentina eran sensiblemente más drásticas y terroríficamente más efectivas.
No, Internet no existía entonces y ni siquiera había teléfono en todas las casas. Pero faltaba también algo bastante más básico: libertad. Entonces, que aparecieran punks en la Argentina entre 1977 y 1982 es una curiosidad cultural no solo por la limitada información propia de la época sino, lisa y llanamente, por las limitaciones para circular por las calles porteñas con los jeans rotos en las rodillas, el saco reconstruido con alfileres de gancho y el pelo en clara disidencia con cualquier línea estética aceptable (vaya a saber, quizás una esvástica a lo Sid Vicious, escandalosa en Londres, no sería tan mal vista acá por las fuerzas del orden).
Curiosidad, casualidad o milagro, lo cierto es que sí hubo unos pocos punks en la Argentina con un corto delay respecto de sus modelos británicos y norteamericanos.
Desde hace tiempo circulan rumores acerca de distintos proyectos para salir con El libro del punk en el país. Sin embargo, hasta ahora ninguno se había concretado. La breve biblioteca punk argentina incluye solo un puñado de títulos sobre aspectos parciales, como la completa biografía de Los Violadores escrita por Esteban Cavanna.
Derrumbando la Casa Rosada (título tomado del legendario disco de los no menos legendarios Alerta Roja) quizás tampoco sea El libro del punk argentino, pero hace su intento para cubrir el bache. Eso sí, se concentra en un primer período de la historia local de este género de varias cabezas: desde su tímido inicio alrededor de 1978 hasta el definitorio concierto de presentación del compilado Invasión 88 en Cemento, algo así como el fin de una era, según se argumentará oportunamente.
En busca de un tono ciertamente documental, se enfocó la mayor parte de estos nueve capítulos en recitales puntuales que, a la vez, funcionaran como ventanas a pequeños mundos privados. Así, el caótico show de Los Violadores en la Universidad de Belgrano el 17 de julio de 1981 sirve para contar quiénes formaron el grupo punk argentino con mayor suceso comercial. Y el violento 21 de diciembre de 1986 es la excusa perfecta para contar el Parakultural, la aparición de Massacre Palestina y esa rareza salida de la Asociación Cristiana de Jóvenes llamada Morgue Judicial.
La multiplicidad de autores pareció otra estrategia oportuna para pintar una época.

En especial, la combinación de dos puntos de vista: el del cronista que investiga y reconstruye con el del protagonista directo de muchos de estos acontecimientos.
Por eso es que, entre relatos más o menos ortodoxos periodísticamente, aparecen firmas como las de Marcelo Pocavida (Los Baraja, Cadáveres), Patricia Pietrafesa (Sentimiento Incontrolable, Cadáveres de Niños, fanzine
Resistencia, la Cooperativa y más) y el testimonio de Sergito Anticristo (Comando Suicida).
Desde una u otra perspectiva, no son estas las historias de sexo, drogas, rocanrol y glamour a las que nos acostumbró el periodismo de rock. Casi lo contrario: Derrumbando..., y por lo tanto la primera década de punk en la Argentina, incluye una colección de desencuentros, fracasos, peleas, frustraciones, pérdidas y malos entendidos varios.
Ojo, tampoco es que este libro sea solo un catálogo de perdedores hermosos. Sus personajes no se definen solo por lo que nunca les saldrá bien, sino, más aún, por una convicción, una militancia underground que hoy parece excéntrica. Es algo casi vocacional. Sin pretensión de hacer sociología en zapatillas All Stars,
Derrumbando...intenta sí explicar de dónde surgían estos pioneros o por lo menos early adopters. Casi todos los Sex Pistols, los Damned, los Clash o la mayoría de los iconoclastas precursores de Nueva York y Los Ángeles crecieron en hogares de clase trabajadora. En cambio, y solo por poner un par de ejemplos, el guitarrista original de Los Violadores, Hari B, se cruzó con las primeras crestas durante un viaje familiar a Europa, mientras que
Pablo Esau (baterista de Los Laxantes), Trixy (cantante de Trixy y Los Maniáticos) y Stuka (Los Violadores) eran hijos de empresarios. Aunque tampoco hay que perder de vista que entre los primeros punks también había otros, como Sergio Gramática (cofundador de Los Testículos, la banda previa a Los Violadores; su padre era obrero de una fábrica) o Sergito Anticristo (hijo de un colectivero de la línea 65).

Un último punto necesario para entender los orígenes del punk en la Argentina es el fenómeno de la “plata dulce”. El ministro de Economía de la dictadura José Alfredo Martínez de Hoz implementó durante su oscura gestión un sistema de devaluación programada y gradual, conocido como “la tablita”, que convivió con un espectacular retraso cambiario en el país. El mecanismo termino estallando a principio de 1981, cuando el entonces sucesor de Martínez de Hoz, Lorenzo Sigaut, anuncio por televisión: “El que apuesta al dólar pierde”. A pocos días se produjo una violenta devaluación.
Entre Diciembre de 1978 y Febrero de 1981, igualmente, el dólar barato y la bicicleta financiera permitieron que por primera vez en su vida cientos de miles de argentinos pudieran irse de vacaciones al exterior. Y en aquellas excursiones a las playas brasileñas, junto con las remeras Hering y las cajas de Garotos, en algunos casos se colaron los vinilos de los Ramones, The Jams o Siouxsie & the Banshees, que por entonces se vendían en las disquerías de San Pablo y Rio de Janeiro, pero no en Bs. As.
Así, con cuentagotas, por casualidad o por milagro, esos discos casi contrabandeados aterrizaban en el país y sumaban adeptos a la causa. Y docenas o cientos de copias en casete, cada vez con menos fidelidad y más ruido, menos datos y más confusión, ampliarían aun más el número de víctimas…
Esos y tantos otros accidentes domésticos son el rico material que compone este libro, mas exploratorio e inquisidor que dogmatico. La historia definitiva de los primeros diez años del punk en la Argentina. El expediente final para dictaminar si es cierto o no aquello de que el que apuesta al punk pierde.


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